Bruno Goytia Gómez está seguro de que su padre, el copiloto del accidentado avión que transportaba al Chapecoense de Brasil a la final de la Copa Sudamericana, hizo lo posible por “salvar vidas” la fatídica noche en que se estrelló en las montañas de Colombia.
“No sé exactamente qué pasó, qué hizo o qué no hizo. Lo único que sé es que (él y el piloto) estaban preocupados por salvar las vidas, nada más”, dijo a la AFP este boliviano de 18 años, tras la tragedia aérea del lunes que dejó 71 muertos.
La familia Goytia Gómez dormía en la ciudad boliviana de Santa Cruz de la Sierra cuando a las 22H00 (03H00 GMT) la aeronave de la empresa Lamia, en que viajaba el plantel del Chapecoense para medirse con el colombiano Atlético Nacional, se precipitó a tierra a unos 50 km al suroeste de Medellín.
Bruno se enteró la madrugada del martes del accidente, en el que de milagro sobrevivieron seis personas. Un amigo lo llamó y tardó cerca de dos minutos en reaccionar. “Fue una estaca en el corazón, como si mi mundo se acabara”, contó.
El hijo mayor de Ovar Goytia había hablado con su padre diez minutos antes de que despegara con rumbo a Medellín. Como siempre, el copiloto, de 46 años y más de dos décadas de experiencia de vuelo, mayoritariamente como miembro de la Fuerza Aérea Boliviana, dijo que regresaría.
“Solo me encargó la casa, a mis hermanos, que yo era el hombre de la casa, que iba a volver”, rememoró sobre la habitual llamada de su padre antes de emprender un nuevo viaje.
Aunque la causa del accidente está bajo investigación, autoridades colombianas y extranjeras tienen como principal hipótesis que la aeronave se quedó sin combustible.
Según el representante de Lamia, Gustavo Vargas, la aeronave no cumplió con el plan de reabastecerse en Cobija, ciudad boliviana fronteriza con Brasil, o en Bogotá.
Sin dar razones, el gobierno de Bolivia suspendió el jueves la licencia de la aerolínea y destituyó a altos funcionarios del control aeronáutico del país.
Bruno dijo que su padre había transportado a decenas de equipos de fútbol, entre ellos las selecciones de Argentina, Bolivia y Venezuela. También clubes como el paraguayo Sol de América, equipos bolivianos y al mismo Atlético Nacional de Medellín, el rival de Chapecoense en la final del torneo continental que nunca se jugó.
Junto al fallecido piloto Miguel Quiroga, muy amigo suyo, Ovar ya había trasladado al modesto club brasileño de Chapecoense, una escuadra que desde 2009 empezó su camino hacia la cúspide del fútbol continental.
Bruno, quien viajó con el Chapecoense en los cuartos de final de la Sudamericana a la caribeña ciudad colombiana de Barranquilla para enfrentar al Junior, los recuerda riendo, cantando y tomando mate.
“Me da mucha pena que se hayan ido de esta forma. Muy buena gente, amigables, con la felicidad sumamente alta”, dijo.
El copiloto de la aeronave BA Avro RJ85 trabajaba para Lamia desde hacía dos años, según Bruno, quien desde pequeño vio en su padre una inspiración que lo llevó a seguir profesionalmente sus pasos.
“Yo le decía ‘mi comandante’. Era mi capitán, fue mi instructor de vuelo también. Tuve el honor de volar casi el 90% de mis horas de vuelo con él”, aseguró.
Además de su viuda, María Lourdes Gómez, Ovar deja tres hijos sin padre: Bruno, José Douglas, de 14 años, y Mía Fernanda, de año y medio. “Para ellos todavía es un sueño, creen que va a volver”, señaló Bruno.
Era “un ejemplar papá, hijo, hermano”, pero sobre todo “un gran piloto”, afirmó orgulloso.
Bruno dijo que sentirá tristeza al entrar a una cabina de avión, pero aseguró que tras el accidente no teme volar y tiene muy presente la enseñanza de su mentor: un piloto puede partir, pero puede no regresar.
“Nuestras vidas cambiaron drásticamente, nos queda resignación y seguir adelante”, dijo. “No le voy a fallar”.