Las fuentes históricas relatan que en 1507, en el gobierno de Moctezuma II, se celebró por última ocasión la ceremonia del encendido del Fuego Nuevo en el templo del Huixachtécatl, en Iztapalapa, más conocido en la actualidad como Cerro de la Estrella. Las investigaciones arqueológicas y etnográficas en esta importante elevación y en el basamento piramidal que lo corona, demuestran que fue lugar de culto mucho antes del dominio mexica de la Cuenca de México, y hoy en día lo sigue siendo a través de los ritos de la “nueva mexicanidad”.
El XXV Simposio Román Piña Chan, uno de los encuentros académicos que son tradición dentro de la Feria Internacional del Libro de Antropología e Historia (FILAH) que este año llega a su 31ª edición, inició con una ponencia magistral desarrollada, vía remota, por los investigadores del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), Raúl Arana Álvarez y Josefina del Carmen Chacón Guerrero, titulada Templo del Fuego Nuevo en el momento de la conquista.
Previo a su presentación, el coordinador nacional de Arqueología del INAH, Pedro Francisco Sánchez Nava, recordó que la dimensión de Román Piña Chan —de quien este 2020 se conmemora el centenario de su natalicio—, es la que llevó a un equipo de discípulos y amigos, a crear en 1996 el simposio que lleva su nombre; asimismo, este año, el evento está dedicado a la memoria de Laura Castañeda, arqueóloga que, entre otros sitios, también dejó su huella en el Huixachtécatl, “cerro de los huizaches”.
Refirió que desde la edición pasada, a propósito de los 500 años de la Conquista de México-Tenochtitlan, el programa del simposio se integra, en su mayoría, de conferencias que versan sobre contextos arqueológicos relacionados de una u otra forma, con estos hechos.
En la videoconferencia, transmitida por el canal de INAH TV en YouTube, en sintonía con la campaña “Contigo en la Distancia”, de la Secretaría de Cultura, los especialistas de la Dirección de Estudios Arqueológicos (DEA), Raúl Arana y Carmen Chacón, refirieron que, pese a su relevancia, los vestigios arqueológicos del Cerro de la Estrella no comenzaron a trabajarse sino hasta los años 70 del siglo pasado, y en 2003 fueron motivo de un proyecto interdisciplinario.
El Proyecto de Investigación Antropológica Cerro de la Estrella concitó a arqueólogos, etnólogos, antropólogos sociales, historiadores y etnohistoriadores, arquitectos, biólogos y geólogos. En cuanto al programa de arqueología, mediante las excavaciones de la plaza y del basamento se definió la existencia de cinco etapas constructivas del conjunto.
Mientras, las labores de conservación, restauración y consolidación del monumento, permitieron reforzar estructuralmente el lado norte —el más afectado por la extracción de materiales originales de grava y arena de tezontle, desde la década de 1940—, mediante muros de contención, la consolidación de elementos arquitectónicos originales y la recuperación de volúmenes de la estructura.
Un ejemplo de la importancia de las investigaciones arqueológicas en la parte central del monumento, fue la excavación de un pozo estratigráfico donde se halló un piso de barro cocido con cerámica del periodo Preclásico, el cual se construyó directamente sobre la roca madre, indicaron.
“Consideramos importante este hallazgo porque el piso mencionado presentaba huellas de un uso prolongado e intenso de encendido de fuego, lo cual provocó la consolidación de una posible plataforma con un grosor de 40 cm a partir de la roca madre. Este bloque contenía abundantes fragmentos de material cerámico fechado para el periodo Preclásico Superior (400 a.C.- 200 d.C.); ello nos permitió suponer que desde esa época se realizaba en este espacio una actividad relacionada con el culto al fuego como ceremonia ritual”.
Debido a su dominio visual sobre toda la Cuenca de México, el Huixachtécatl fue un punto estratégico para diversos grupos que se asentaron en sus faldas, como los colhuas. Sin embargo, el mexica fue el grupo que instituyó la ceremonia del encendido del Fuego Nuevo, probablemente, dedicado a Xiuhtecuhtli, que marcaba el alfa y el omega de un ciclo de 52 años. Entre los nahuas pudo recibir el nombre de xiuhnelpilli o “atado de años”, en el que cabían 73 tonalpohualli (formado por 20 trecenas, que dan un total de 260 días).
La arqueóloga Carmen Chacón destacó que la Lámina 37 del Códice Borbónico, da cuenta de cómo se llevaba a cabo el ritual: “El cautivo era llevado al templo, en la cima del Huixachtécatl, y ahí se le colocaba en la piedra sacrificial. Sobre el pecho de la víctima se colocaban un par de maderos, a los que se daba fricción para encenderlos, tras lo cual se extraía el corazón del cautivo y el órgano era llevado a la plaza para encender el Fuego Nuevo en un sahumerio. Cuatro sacerdotes prendían sus teas (atado de 52 varas) y llevaban el fuego a los templos de sus barrios, donde a su vez lo compartían con la gente.
“Debemos tratar de imaginar cómo era ese momento, en el que todos los habitantes de la Cuenca de México, entre ellos los habitantes de Tenochtitlan, apagaban los fuegos de sus casas y subían a los techos para constatar que se cumpliera el rito a cabalidad; salvo las embarazadas que eran llevadas a cuevas para evitar complicaciones en su parto. Los rostros de los niños eran cubiertos con máscaras de pencas de nopal, porque de no ser así podrían convertirse en ratones; y toda la gente se deshacía de sus enseres domésticos porque era el fin y el inicio de un ciclo”.
Aunque fray Juan de Torquemada refiere que en 1507, que fue el seteno del reinado de Motechuçoma, se celebró esta fiesta, con gran solemnidad, y más aventajadamente, que nunca, y fue la postrera, que estos indios tuvieron (…), los arqueólogos Raúl Arana y Carmen Chacón expresaron que el arraigo de los oriundos de Iztapalapa y el activismo de grupos de la “mexicanidad”, es tal, que cada octubre (cuando se supone se llevaba a cabo la ceremonia) se les permite danzar y recrear el antiguo rito.