Ethan Hawke (Austin, 1970) se asoma a la ventana de la habitación del hotel María Cristina y mira a la gente cuatro pisos más abajo. Se ríe. “Desde aquí nadie sabe quién soy. En realidad, ser estrella es un juego para los jóvenes”. El texano ya está a otras cosas. Por ejemplo, a dirigir, a levantar sus propios proyectos en cine, a sus cómics –este verano publicó Indeh: a story of Apache wars, sobre las luchas de Jerónimo-, al teatro… “La fama no te deja crecer, yo creo en la faceta artística, eso es lo que me emociona”. Y se sienta. Está en San Sebastián para presentar la nueva versión de Los siete magníficos y recibir un premio Donostia que parecía cantado el año pasado. Pero el rodaje del western impidió que acompañara a Alejandro Amenábar en el estreno de Regresión, y el homenaje lo recibe ahora.
A Hawke le gusta reflexionar sobre el tiempo. Ha estado una década codo con codo escribiendo con Richard Linklater la trilogía de Antes… y Boyhood, seis años con su novela gráfica… “Ha sido tan lento como gratificante, me refiero al tebeo. No hay mucho dinero en este negocio… y además lo he financiado yo. Si el dibujante aceleraba sus entregas, yo no tenía cómo pagarle”. Echa a reír. “Y si se vende mucho, tampoco me voy a hacer millonario”. Con todo, está planeando otro cómic. “Es un arte muy extraño. Yo escribo mucho, y en este arte ves cómo tu historia estalla a la vida gracias al talento de otro. Además, escribes una información sobre las viñetas, el orden de los dibujos, la arquitectura de cada página como no se hace en ningún otro formato artístico”.
Puede sonar a anecdótico, pero su trabajo en el cómic refleja muy bien el meticuloso amor de Hawke por el arte, su visión más irónica sobre elshowbusiness. “Empecé a actuar con 12 años, y desde luego no pensaba en dedicarme a ello. Ahora deseo volver a conectar de la manera más pura y sencilla posible con el sentimiento que provoca la interpretación. En realidad…”. Titubea y se pone socarrón: “La actuación paga mis cuentas a inicios de mes. Y tengo muchos gastos. La manutención de mis dos hijos mayores a mi ex [la actriz Uma Thurman], el colegio de los dos pequeños, mis obras benéficas, la casa, qué sé yo… Acabas adquiriendo muchas responsabilidades, y son lo opuesto a la alegría de vivir. Y caes en la trampa de pensar en el arte como un hombre de negocios. Todo eso es mierda… excepto si quieres ser un hombre de negocios. Para el cine vale igual”.
Y el tiempo. “El tiempo es el mejor aliado del arte, porque la expresión artística necesita su maduración. La avaricia destroza todo. Como ocurre aquí [y señala el cartel de Los siete magníficos, que se estrena en España el próximo viernes 23]… Me gusta trabajar con Richard Linklater porque está obsesionado con el tiempo. EnBoyhood, por ejemplo, si hubiera rodado el final al inicio de la filmación, cosa que ocurre muy a menudo, lo hubiera hecho a ciegas, sin saber qué sentimientos mostrar. Los 12 años de trabajo lo cambiaron todo. Me encantaría interpretar en el teatro al rey Lear, y no lo haré hasta que tenga el físico y la edad adecuada”. El tiempo también le robó un deseo, conocer a su tío abuelo, Tennessee Williams. “Me hubiera encantado. Mi abuela me hablaba muchísimo de él”.
Y el tiempo le otorga este Premio Donostia, que se concede a una carrera cuando en realidad Hawke se acerca solo a los 46 años. “Bueno, me hace reflexionar sobre lo que llevo vivido y sobre 30 años de carrera cuando en realidad espero estar a mitad de ese recorrido. Es posible, eso ansío, que siga trabajando con 75 años. Este parón sirve para plantearme si soy feliz, si estoy haciendo lo correcto… Y también en si hay actores de 75 años que admiro. ¡Y existen! Christopher Plummer, Donald Sutherland… Han envejecido con dignidad y humor. Últimamente me he descubierto con pensamientos así, de que si quiero hacer más comedia, o sobre qué pondrá en mi obituario. Me estaré haciendo mayor”.
En Los siete magníficos su personaje también reflexiona sobre la dicotomía entre leyenda y ser humano, entre la realidad y el reflejo épico. “Yo la he hecho porque era una oportunidad de aparecer en un gran western, un género con el que crecí en los cines de mi adolescencia. Ahora no se hacen mucho. Tarantino sí, pero Tarantino es en sí mismo un género genial”. ¿Y aceptar ser un secundario? “Es que ahora estoy en un momento en que no me interesa la popularidad. Por eso ruedo con un genio como Pawel Pawlikowski -y seguro que nadie vio la película-, Paul Schrader o Luc Besson. O encarno a Chet Baker. Porque dentro de dos décadas seguro que si alguien me entrevista será para preguntarme por Pawel”.
Entre esos grandes incluye a Denzel Washington. “Le respeto muchísimo. Él me escogió para Training day. ¿Te puedo contar una historia larga?”. Pues… “Denzel acojonaba a los actores jóvenes y a los técnicos en el rodaje de Los siete magníficos de una manera brutal. No él directamente, sino su seriedad apasionada a la hora de trabajar. Por ejemplo, con él en el plató nadie puede mirar sus móviles. Nadie. Y cuando rodamos nuevas tomas sin él, todo dios cogía el móvil. Admiro cómo provocaba ese respeto. En fin, otra cosa que nos pasó es que estábamos rodando en Luisiana justo en el momento en que hubo las revueltas del año pasado, y sí, estaríamos caracterizados, pero los diálogos eran tan actuales… Mira, seguro que esta película le va a gustar a Donald Trump, y no será consciente de que en realidad va de un grupo de tipos duros que se une para luchar contra alguien como él. Yo me apunté a ella porque si Antoine Fuqua y Denzel me llaman a una fiesta así, nunca faltaré”.
Lo que le lleva a pensar en su futuro. “Acabaré dirigiendo más, al menos eso espero. Ya estoy levantado la próxima. Sí sé que para mí es un placer escribir. Me gusta lo que decía Brando de que como actor te casas espiritualmente con el director en cada película. Ahora, a veces sale bien y es una alegría, y en otras estás deseando el divorcio”.