Revelan la historia de la Fábrica Nacional de Vidrio, oculta bajo el Papalote Museo del Niño

Elementos modestos de arqueología industrial, como fragmentos de tabique refractario y monogramas sellados en los fondos de vasos y botellas, dieron pie a una investigación detectivesca que ha permitido sacar a la luz la historia, casi desconocida, de la Fábrica Nacional de Vidrio, la cual operó entre 1936 y 1968, décadas antes de que el Departamento del Distrito Federal cediera terrenos de la Segunda Sección del Bosque de Chapultepec, al proyecto Papalote Museo del Niño.

Esos testimonios —los cuales hacen referencia al proceso modernizador que experimentó México a partir de la década de 1930, en el gobierno de Lázaro Cárdenas del Río— fueron recuperados durante trabajos de salvamento arqueológico a cargo del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), en seguimiento a reformas del contiguo parque de diversiones todavía conocido, hasta ese entonces, 2018, como La Feria.

El contexto que atañe a evidencia de la vieja Fábrica Nacional de Vidrio, fue dado a conocer en el pasado VI Coloquio de Arqueología Histórica, por la autora del estudio que derivó en una tesis de licenciatura, la arqueóloga Liliana Márquez Escoto, quien formó parte del equipo coordinado por la maestra María de Lourdes López Camacho, responsable del Proyecto Arqueológico Cerro, Bosque y Castillo de Chapultepec.

El “Salvamento Arqueológico La Feria de Chapultepec” contempló nueve unidades de excavación, y fue en la séptima, la cual abarcó un polígono de 510 m, próximo al sitio que ocupó un delfinario, donde se encontraron materiales indicativos de producción de vidrio a gran escala, como parte de un relleno usado para nivelar el terreno donde se instaló la montaña rusa, en 1964.

Bajo esa atracción, frente al contrafuerte noroeste y a escasos 49 cm de la superficie, se registró el hallazgo de vidrio, escoria y pequeños fragmentos de material poroso, compactado y sellado con nombres de marcas de venta y vidrio derretido en la capa exterior (tabique refractario).

Los crípticos monogramas VM y FANAL, sellados en los fondos de vasos y botellas, fueron prácticamente las únicas pistas de las que partió Liliana Márquez para reconstruir la historia de esa fábrica, la cual solo algunos viejos locatarios del Mercado Constituyentes recordaban por su chimenea de acero color naranja, y que se localizaba en la esquina de avenida Madereros (hoy Constituyentes) y Periférico, donde hoy se encuentra el Papalote Museo del Niño.

Tomada la punta de la madeja, el resto de la historia comenzó a descorrerse en archivos públicos y privados, como el del Grupo Ingenieros Civiles Asociados (ICA) y el Despacho Legorreta Arquitectos, el General de la Nación (AGN) e Histórico de Notarías, además de acervos hemerográficos, para dar cuenta del establecimiento de la Fábrica Nacional de Vidrio en 1936, en terrenos del otrora Rancho del Castillo y Lomas de Santa Ana, el cual fue parte de la Hacienda Molino del Rey, en el siglo XIX.

La arqueóloga Liliana Márquez consultó el acta constitutiva que acredita que la Fábrica Nacional de Vidrio quedó establecida como sociedad anónima el 27 de mayo de 1935, con un capital inicial de 60,000 pesos, acciones repartidas entre cinco socios: dos industriales de origen español, Rutilo Malacara y Carlos C. Cubillas, y el resto mexicanos, Francisco Fuentes Berain, Virgilio M. Galindo y Antonio Berenguer Campos. El registro de la marca FANAL se realizó hasta 1975, dejando asentado que la sociedad anónima tenía ya cuatro décadas.

Al respecto, la responsable del proyecto arqueológico, María de Lourdes López, señala que la política cardenista destinó terrenos del aún despoblado poniente de Ciudad de México, incluyendo secciones del Bosque de Chapultepec, como asiento de las industrias nacionales de vidrio, de asbestos y otras vinculadas al ejercicio militar, como la Fábrica Nacional de Cartuchos.

“Estas áreas industriales se desarrollaron alrededor de Los Pinos —ya erigido como residencia presidencial—, con un financiamiento mayoritario de parte del gobierno mexicano y un porcentaje menor de capital extranjero, con la idea de que proveyeran las necesidades del país. La producción de la Fábrica Nacional de Vidrio iba en buena medida para el suministro de los desayunos escolares y para el propio Ejército, mientras que la industria de asbestos contribuía a la pavimentación de caminos, etcétera.

“La política de Lázaro Cárdenas generó muchos requerimientos. En ese marco y en el contexto de la Segunda Guerra Mundial, la cual limitó el acceso a ciertos productos, se buscó la manera de impulsar industrias en el país que generaran una producción suficiente para vender y, a su vez, dotar a instancias gubernamentales, escuelas, hospitales y al cuerpo castrense, el cual se hacía cargo de puertos y carreteras”, explicó la especialista.

Con el tiempo, refiere Liliana Márquez, experta de la Dirección de Salvamento Arqueológico del INAH, dicha fábrica de vidrio crecería al convertirse en proveedora de empresas como la Casa Pedro Domecq y Cervecería Modelo. Para 1955, su capital ascendía a 15 millones de pesos, tres años antes sus obreros intentaron una huelga, y entre 1967 y 1969 fue víctima de incendios que terminaron por arruinar sus áreas de hornos y bodegas.

La fábrica, a vuelo de pájaro

Una fotografía aérea oblicua de la Fábrica Nacional de Vidrio, es el único registro con que se contó para hacer una hipótesis de la posible distribución de actividades en su interior. Con base en la descripción del edificio, este contó con una fachada sobre la acera de lo que hoy es avenida Constituyentes. La sección oeste de la fachada tenía tres puertas menores que conducían a una galera de techo perpendicular al eje de los muros, y que pudo funcionar como almacén de productos terminados. Esta galera concluía donde comenzaba una nave central con techo a dos aguas con ducto central donde, posiblemente, se hacia el embalaje de material. Metros más adelante, continuaba otra galera de techo plano y planta cuadrada.

“La temporalidad juega un factor importante, ya que sabemos que durante los primeros años del siglo XX la maquinaria utilizada pudo haber contado con motores de vapor, eléctricos o de gas, así como hornos que eran alimentados por carbón, estos últimos presentaron un cambio al fuel oil una década más tarde, cuando también la maquinaria semiautomática se sumaba a los procesos de producción”, indica Liliana Márquez, quien concluye que para la arqueología no hay testimonio menor, pues unos “simples cachos de vidrio” pueden ayudar a reconstruir la historia de los procesos sociales del país.

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